Volvíamos después de haber recorrido todo el valle del Dades. Había anochecido y cruzar el Atlas por un puerto altísimo y una carretera sinuosa repleta de curvas y contracurvas para, nuevamente, no saber donde dormir, Oarzazate o Aït Benadou, se presentaba como un reto, una aventura en la que todo podía ser.
Después de haber tomado prestado un tallín al empresario de camping más mafioso del valle, de maldecir al hombre-azul más falso de la historia al volver a pasar por delante de su bazar, y de sentirnos como en la película de “Tres Reyes” en esa plaza del pueblo cuyo nombre me gustaría acordarme y no me acuerdo, siendo los únicos occidentales del lugar, separados Naco y METeoro, simplemente por intentar comprar un trozo de pan que llevarnos a la boca para acompañar nuestras pecadores productos occidentales de cerdo, tras unos kilómetros de subida tomamos una decisión.
El lugar era perfecto, apenas un recoveco en una curva de la carretera. Un momento perfecto, perdidos en el Atlas, rodeados de oscuridad, casi sin tráfico, con el cielo estrellado de África iluminando el firmamento, con la Vía Láctea más blanca que nunca, las constelaciones más constelaciones que nunca, con el silencia más silencio que nunca, paramos casi en lo más alto del puerto.
El lugar era perfecto, apenas un recoveco en una curva de la carretera. Un momento perfecto, perdidos en el Atlas, rodeados de oscuridad, casi sin tráfico, con el cielo estrellado de África iluminando el firmamento, con la Vía Láctea más blanca que nunca, las constelaciones más constelaciones que nunca, con el silencia más silencio que nunca, paramos casi en lo más alto del puerto.
Bajé del coche casi descalzo, el lugar y la hora se presentaban como el mejor hogar de escorpiones, alacranes y víboras.Avancé y llegué a uno de los dos bloques de cemento que marcaban el minúsculo recoveco. El silencio, y la oscuridad inundaban todo, y solo la luz del interior del coche iluminaba tenuemente el lugar. Me dejé llevar, quería avanzar, y quizá por una mínima precaución, dejé caer una piedra dos metros delante de mi y tardó cinco segundos en sonar,...
Pasa todos los días; pasa en los momentos mejores, pasa en los momentos más inimaginables, pasa en cualquier segundo de tu vida. Es esa delgada línea roja que separa tus certidumbres, en vacío, tus seguridades, en miedo , tu ser, en duda y peligro, y en ocasiones, llega a reducir tu estar a la nada. La realidad no solo es como es si no también como se mira, la piedra más estúpida y prescindible a mis ojos hizo posible que mi realidad no se convirtiera en otra totalmente diferente. Qué suerte tener elementos que fallan, elementos prescindibles, “elementos menores” que nos salvan al descubrir verdades dolorosas.
METeoro
4 comentarios:
gracias por habérmelo hecho comprender en EL MOMENTO idóneo
un abrazo,
n a c o
l a o t r a p a r t e c o n t r a t a n t e
jopé... se estremece uno leyendo este texto... se siente pequeño, pequeño como un grano de arena y gigantesco al mismo tiempo. Cuántas cosas quedan por contar, ¿no? ¡Pues, si son instantes como éste, Osaka quiere escucharlas!
E.C.
qué grandes conclusiones y qué buena historia.
y hay que decir -además- que esa noche nos esperaba el albergue más loco que hemos visitado jamás
donde conocí la felicidad más pura que áfrica puede ofrecer al pasajero
gracias, MET
n a c o
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