No sé qué te parecerá. "Vamos demasiado deprisa", dice con frecuencia un buen amigo... Cada vez que recuerdo sus palabras me detengo en una plaza, o en un café, o en la boca del metro, y miro a la gente circular mientras imagino qué pasa por sus mentes. Apenas atiendo a las situaciones concretas, fácticas. Sería casi imposible adivinarlas... En ellos me interesa lo mismo que en mí: el cómo. De qué manera han decidido enfocar las concretas exisencias que arrastran (y esto ya es algo más fácil de apreciar). Pienso entonces en la psicosis. La Colectiva.La Personal.
Qué agobios, qué complejos, qué películas que nos montamos a la mínima de cambio... cada vez se nos hace más difícil llegar a las personas... es esa gruesa capa de ego con la que hemos decidido pringarnos todos de arriba a abajo... que nos hace intocables en nuestra "torre de miserias". Vamos demasiado rápido y, claro, desnortados. Nos hemos ido engañando y bien. Lo pagamos a diario. Aunque no lo sepamos (porque hace tiempo que renunciamos a ambicionar lo mejor. "No nos lo podíamos permitir").
A menudo resuenan sus palabras en la ciudad. Rebotan contra los coches atascados, contra las filas humanas del súper, contra cuerpos demasiado ocupados para advertir el golpe de la culpa, contra siluetas incompletas, desdibujadas... Al mirarme en el espejo de esas palabras veo una sombra de lo que podría llegar a ser si me lo propusiera. Entonces paro el carro y contemplo aterrado un espectáculo al que contribuyo. Y (sin que sirva de precedente) reflexiono.
Puede que la dificultad sea la fuente originaria del pensamiento.