ser es más que estar

3 sept 2011

cero grados

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El miedo.

Desactivador universal.

Nuestro instinto es una herramienta de primer orden que ha permitido al ser humano sobrevivir al paso de los milenios (vídeos de José Mota y entrevistas de Jesús Hermida incluídas). Pero a diferencia de otros indicadores, el miedo no sólo le avisa de los peligros, sino que puede responder a (o incrementarse por) factores puramente psicológicos, con la sugestión y las composiciones de lugar erróneas a la cabeza. A modo de ejemplo, es como si un termómetro marcara cero grados cuando efectivamente los hiciera y cuando el termómetro decidiera que los hace, estando a treinta grados.

Es posible tener miedo por ignorancia u ocultamiento de la seguridad en que efectivamente nos movemos. Pido disculpas por la clase de primero de teleñecos, pero la necesito para llegar a un punto interesante: la ignorancia del medio en que nos encontramos puede ser involuntaria o puede ser culpable. Y la segunda posibilidad, de la que el ser humano es perfectamente capaz (hasta llegar a ocultársela también), resulta inquietante en grado sumo. Puede darse entonces la siguiente situación: que una persona sea la causa eficiente de su propia ignorancia, fruto de la cual viva instalada en el miedo. Adviértase que esta ignorancia no tiene por qué ser fruto de una decisión firme, tomada de modo consciente. Me inclino a pensar que más bien se dará como consecuencia de una sucesión de reacciones subconscientes (o tomadas a la ligera, sin advertir sus profundas, vitales, radicales consecuencias) y que su culpabilidad se deba a la falta de voluntad de superar la ignorancia a la que le han ido conduciendo. El conformismo y no la ignorancia, el deseo de permanecer en ella es lo que puede echársele en cara.

Pienso que el motivo por el que estamos sujetos a esta tentación reside, sobre todo, en lo que se ha convertido de hecho en el tabú de nuestros días. El dolor.

No queremos sufrir. Por supuesto, no quiero decir que en otros momentos de la historia se haya considerado un valor positivo (algo propio de patologías determinadas, perfectamente identificadas desde antiguo), o que no se haya procurado evitar por todos los medios. Me refiero a algo distinto: llegados a un punto, el dolor era aceptado como un invitado no buscado, pero asumido, y al que se podía incluso encontrar un sentido. Hoy no es así. Basta echar un vistazo a los argumentos de muchas personas a nuestro alrededor (por no mencionar los de los partidos políticos y los mass-media que los superprotegen), para darse cuenta de que el dolor representa el escándalo de nuestros días. Hoy nos resulta tan "intolerable" que lo hemos elevado a rango de elemento determinante de la dignidad o no de una vida, y le otorgamos, metafóricamente hablando, las llaves del cielo y del infierno, para que disponga de ellas según su criterio reduccionista.

La sociedad occidental ha invertido los términos, poniendo en tela de juicio verdades irrenunciables y ha hecho de las que se siguen -de orden necesariamente secundario- su dogma estático y lineal. La ausencia de dolor y su hermano progre, el mal llamado bienestar, parecen los valores definitivos y se anteponen con ardorosa vehemencia al derecho a la vida, del que beben. Es una situación absurda, en la que se protegen a muerte ideas (no diré derechos todavía) derivadas del derecho supremo que se ataca. Y todo ello manoseado y ofuscado con discursos elocuentes y una mano de barniz intelectualoide que nada tiene que ver con la verdadera ciencia, la que busca la verdad, la que no falsea, la que colabora con las demás ramas del saber y sabe ir de la mano de la moral. Es una lógica absurda, demencial. Una falacia de consecuencias abismales que ya se dejan notar. Una muesca más en las Tablas de la Ley Antipersona con que nos saboteamos, orgullosos.

Pero volviendo a la génesis del asunto, resulta inquietante -por infantil- que la causa de tanto mal resida en el bajísimo índice de tolerancia al dolor en nuestra sociedad. "Que pase lo que sea, pero que no duela", es el mantra infalible que las mentes infrautilizadas (y los corazones anquilosados) repiten con mecánica, mortífera precisión.

El dolor no puede tener la última palabra, no puede ser el argumento definitivo, el puerto de llegada en el que descansen nuestros argumentos. Hay multitud de valores superiores al del bienestar, empezando por la justicia, la tolerancia, la honestidad y el amor. Éstos sí son la fuente de toda personalidad digna de tal nombre.

"El siglo XXI será el siglo de los que tengan personalidad", me dijo hace tiempo un amigo. Y tenía razón. El siglo de las personas que no vendan su alma por una semana de vacaciones en Nueva York (lo que no lleves en tu corazón, difícilmente podrás encontrarlo allí), que no rehuyan una intervención quirúrgica necesaria, que toleren una deficiencia física desagradable a la vista (porque conocen la potencialidad infinita de quien la padece), que sean capaces de salir en defensa de quien aman, por encima del instinto básico primero (que no es de corte sexual, sino existencial).

La vida es el derecho primero. La primera verdad. Y sólo es lícito entregarla por aquella vida que más queremos, y no tiene por qué ser la propia. Aunque duela. Porque la verdad puede doler, pero no deja de ser verdad.

Lo otro son cuentos de brujas que el demonio ha sabido contar y cuya moraleja nos oculta con habilidad.



















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1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola.
Muchas gracias por este magnífico blog, es rebueno y las reflexiones que contiene resultan muy interesantes y, al menos a mí, me hacen pensar y replantearme las cosas.
Veo que el último texto es algo antiguo (y bárbaro, la verdad), espero que sigáis actualizándolo, es muy esperanzador.
El siglo XXI será de el de los seres humanos con personalidad y el de los blogs profundos y sinceros que nos muestran la VERDAD.
Saludos y Feliz 2012a todos.

a r c h i v o

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(estamos) llamados a ser