ser es más que estar

2 jul 2006

Netarchaeology

La clave reside en una caja. Todos los que hemos perdido un amor tenemos una. A veces es más grande, a veces más pequeña, de cartón o lata, pero siempre guarda lo mismo: aquellas cosas que no podemos tirar, objetos que rehuímos pero de los que tampoco queremos deshacernos. Cartas, entradas de cine, fotografías, regalos que él/ella nos hizo... todas esas cosas. Yo tengo la mía, debajo de la cama, en un rinconcito que procuro ignorar a diario y que revisito de vez en cuando, como una suerte de arqueología personal, principalmente cuando atardece una tarde de domingo. Y no sé muy bien por qué lo hago, pero lo hago aunque invariablemente la experiencia me deja un rastro de tristeza en la mirada. A veces, mala suerte, nos vemos obligados a meter en la caja un piso entero o una ciudad, y como esas cosas no caben en ella, nos vamos del piso y nos cambiamos de ciudad (llevándonos la caja, claro, porque ya he dicho que no es posible tirarla, lo he intentado varias veces). Hace unos días un amigo, conocedor tardío de mis aventuras editoriales, me envió un mail para felicitarme. Como es un poco vago y no debe de tenerme apuntado en su lista de contactos, utilizó para remitirme el mail el viejo método de responder a un correo que yo le había escrito mucho antes. Tendré que perdonar a mi amigo su poco tacto porque, evidentemente, después de sus breves dos líneas en las que me informaba de que se hallaba de paso en Florencia, pasé a leer aquel mail mío que su correo incluía, el que yo le había escrito hace tiempo y que él había utilizado como atajo. Era de hace un año y medio. En él le contaba que le escribía desde el piso del tío de mi novia, donde esperaba ganarme unas pelillas como telefonista, que en la escuela de doblaje me iba bien y que acababa de escribir una primera página para un proyecto de novela que me rondaba la cabeza. La escuela la dejé hace tiempo, la primera página encabeza la novela que me van a publicar y la novia era aquella mujer cuyo recuerdo ahora me veo obligado a atesorar en una pequeña caja debajo de la cama (tal vez de niños no nos equivocábamos al pensar que ahí abajo habitaban los fantasmas). En cuanto al tío de mi novia... nunca me pagó. Recordar me hizo ponerme triste y volver a pensar en eso que ya me ha ocurrido en un par de ocasiones, el hecho de encontrarme por la red, de casualidad, con textos o fotografías que dejé por ahí colgados hace tiempo. Internet es, supongo, una especie de caja también, pero una caja que no puedes esconder y cuyo contenido te salta a la cara así, de repente, sin avisar y con ánimo de envolverte en melancolía. Las cosas se van acumulando en servidores desconocidos, nadie las borra (a veces ni siquiera puede hacerlo uno mismo). Tal vez en el futuro las investigaciones sobre la vida privada de los renombrados se hagan en base a esta netarqueología íntima de la que os hablo. Eso no me importa, ni siquiera que buceen en mi pasado o mis experiencias, pero me dan escalofríos al pensar en volver a encontrarme con algo así, como el mail que me envió mi incauto amigo. Y es que cuando leí ese mail, de otros tiempos, de otros amores, me ocurrió lo mismo que esos oscuros domingos en que vuelvo a abrir la tapa de mi pequeña caja, y me puse a llorar.

E. C.

1 comentario:

Irene Vilches dijo...

Sin duda una narración impecable, todo contado con las palabras justas y con una dulzura casi violenta. En cuanto a las cajas y todo eso... me gusta hablar de círculos que no terminan de cerrarse y lateralidades que me mostraron mientras fabricaba mi propio baúl (porque cualquier caja se me quedaba pequeña, je). Sigo pasando por su espacio, cosas de internet...

a r c h i v o

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(estamos) llamados a ser